Lectura. «Un año ajetreado», de Anne Wiazemsky

Un año ajetreado es una encantadora y bien escrita novela autobiográfica de Anne Wiazemsky (Berlín, 1947) sobre la iniciación a la primera madurez, sobre la educación sentimental, sobre la capacidad y las dificultades de cambiar en tiempos de cambio: el París de 1966-1967. La protagonista del relato, en primera persona, es una chica de 19 años, hija de la burguesía ilustrada, que todavía va al colegio, acaba de perder la virginidad y se propone estudiar Filosofía, cosa que hará en la naciente y bullente universidad de Nanterre, donde conocerá a un alumno agitador y ligón, poco después universalmente conocido como Dani el Rojo (Daniel Cohn-Bendit), líder de los acontecimientos del Mayo francés.

Pero la chica no es una chica cualquiera. Es nieta de François Mauriac, Nobel de Literatura, el escritor católico más importante de Francia, y también antiguo simpatizante de la República española, miembro que fue de la Resistencia antinazi y partidario de la independencia de Argelia. Un espécimen muy francés (casi inédito en España): hombre muy culto, conservador en lo moral desde su catolicismo, pero de talante liberal y abierto en lo político y social. Y la chica tampoco es una chica corriente porque acaba de ser la protagonista de Au hasard, Balthazar (1966), la obra maestra de Robert Bresson sobre las relaciones y vidas paralelas de una muchacha y un burro, experiencia agobiante -el director la acosaba y la tenía prisionera- que Wiazemsky contó en, en 2007, en La joven (El Aleph).

Anne Wiazemsky. Un año ajetreadoAnne Wiazemsky narra ahora, en Un año ajetreado, cómo, imprudentemente, escribió una carta a Jean-Luc Godard diciéndole que lo amaba, cómo iniciaron una difícil y fascinante relación y cómo se casaron al cabo de un año. Godard y Wiazemsky estuvieron casados más diez años. Ella fue de inmediato la protagonista de La chinoise (1967) y de otras seis películas (por lo menos) del Godard más rupturista y comprometido. Continuó siendo actriz para otros directores poco convencionales (Ferreri, Pasolini, Tanner…), y ha escrito guiones, ha dirigido documentales, ha hecho teatro y, con creciente reconocimiento, ha publicado, desde 1988, una docena de novelas variadas. Con un estilo sencillo y minimalista, cuidadoso de los detalles, Wiazemsky hace, en Un año ajetreado, una novela confesional, testimonial, una novela que es un relato de experiencia: la novelización, si se quiere, de un episodio biográfico. Aquí está, desde luego, el “air du temps”, el fresco impresionista y cotidiano del París del momento, contado un poco al modo de una película de la Nouvelle Vague.

Los cinéfilos, qué duda cabe, van a apreciar el minucioso retrato personal de un efervescente Jean-Luc Godard, en plena adscripción maoísta, que recorre la ciudad en un Alfa Romeo y no duda en pasear a la perrita de su muy joven enamorada. Está divorciado y tiene 17 años más que Anne. A veces, se comporta como un risueño profesor, un Pigmalión que regala libros y lleva a la chica a ver películas de sus directores favoritos. Otras veces, aparece como un tipo posesivo, celoso, iracundo, inseguro, inestable y llorón, no siempre conforme con que su novia reciba clases particulares del filósofo Francis Jeanson, evocado en estas páginas junto a otras celebridades como Truffaut, Rivette o Bertolucci.

Cambios. Mientras la joven Wiazemsky pasa de crisálida a mariposa en los brazos impetuosos de un artista tan consagrado y polémico como Godard, la novela nos cuenta, muy hermosamente, otros dos cambios no menos relevantes: el de su abuelo y el de su madre. La adolescente Wiazemsky quiere mucho a ambos, sobre todo al abuelo, por quien siente, además, un gran respeto. El abuelo y la madre se oponen frontalmente al romance de la menor, lo que provoca sufrimiento y dudas en ella. La novela describe, creando dos magníficos perfiles, cómo, poco a poco, el abuelo y la madre van cambiando de actitud -al hilo de los tiempos que cambian-, van ganando en tolerancia y apertura hasta aceptar el enamoramiento de su muy querida nieta e hija -flor a proteger-, su paso a la edad adulta y a otro modo de vivir y pensar, de la mano del divorciado artista revolucionario. Esta otra intrahistoria de Un año ajetreadorefuerza el valor del libro y confirma la capacidad literaria de su autora.

Manuel Hidalgo. El Cultural


 

Textos

Sin embargo, fue ese hombre el que descubrí entregado a su tarea en un café próximo a los Campos Elíseos. Una mujer alta y rubia nos guió hacia un rincón de la habitación instándonos a que guardáramos silencio: se estaba rodando un plano en el que participaban dos hombres que, sentados tras sendos montones de libros, ensayaban un texto. Para mi sorpresa, reconocí a uno, Claude Miller, que había sido segundo ayudante en la película de Robert Bresson. –¡Silencio! ¡Se rueda! El tono de Jean-Luc era cortante, el timbre de su voz agudo. Con su colilla de Boyards de papel de maíz pegada a los labios, parecía tenso, nervioso. El equipo, a su alrededor, estaba muy concentrado. –¡Corten! ¡Empezamos de nuevo! ¡Se rueda! Yo los miraba a todos, unos tras otros, recordando la emoción que experimenté durante el rodaje de Al azar, Baltasar cuando vivía ese momento en que todas las respiraciones quedaban como en suspenso y me daba la sensación de que cada corazón latía al mismo ritmo, el de Robert Bresson. Allí latían al ritmo de aquel hombrecillo moreno y autoritario, que no tenía ya mucho que ver con la persona que llenaba en aquel momento mi vida. –¡Corten! ¡La tenemos! ¡Plano siguiente! La joven rubia se acercó a buscar a Blandine, y Jean-Luc nos vio. Se dirigió hacia nosotras, de pronto radiante, tendió la mano a mi amiga y me besó en la mejilla. –Ven a sentarte a mi lado –me dijo. Y añadió–: ¡Un asiento para mi invitada!

Anne Wiazemsky con J. L. Godard

Durante el último fin de semana anterior al comienzo de las clases en la universidad, Pierre renunció a acompañar a nuestra madre al campo para dar fe de que yo dormía en la habitación contigua a la suya. Jean-Luc, él y yo fuimos a ver Al este del Edén. Después, en el restaurante, hablamos largo y tendido de James Dean. –La interpretación de Dean es un hallazgo de Kazan, la prueba es que Dean actúa mucho peor en Rebelde sin causa y en Gigante –dijo Jean-Luc–. Dean era conflictivo, caprichoso e indisciplinado… ¡Y al final acaba comiéndose a sus compañeros de reparto y al propio Kazan! Pierre y yo lo escuchábamos, fascinados, con pasión. La atención que le prestábamos divertía a Jean-Luc.

Miércoles 8 de marzo Estoy sentada ante el escritorio, frente a la cámara. JeanLuc me hace ensayar las respuestas que debo dar cuando me interrogue. Y bruscamente, explota: mi uniforme chino, aun modificado, sigue envolviéndome y parezco más la empleada de una gasolinera que una apasionada de Mao. Jean-Luc se levanta y comprueba que sucede lo mismo con Juliet y con los chicos. Tras un tremendo ataque de ira que acalla las risas y los murmullos, Gitt me estira la chaqueta y la sujeta con un montón de alfileres. Me arremangan y se rueda. La entrevista dura entre 6 y 7 minutos. Tenía que hablar de Nanterre, de política, leer octavillas de mis compañeros anarquistas instando al boicot a los exámenes, responsables entre otras cosas de frustraciones sexuales, y terminar diciendo: «Me llamo Véronique Supervielle, tengo diecinueve años», etcétera. Pues bien, cada vez decía sin poder evitarlo: «Me llamo Juliette Jeanson.» Espantoso, y mañana vuelta a empezar.

Anne Wiazemsky 1

Anne Wiazemsky. Un año ajetreado.

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